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La crisis global humanitaria provocada por la pandemia pone de resalto la inequidad de la distribución de los recursos y de las oportunidades en el sistema-mundo que vivimos.
De este modo, la crisis se hace más aguda en los países más pobres y, dentro de ellos -cuando no existe un sistema de seguridad social que asegure la cobertura de salud- sobre los más pobres.
Esa inequidad se redobla por el aprovechamiento de la enfermedad como instrumento de violencia sobre las naciones y los pueblos agravando una dolencia que es ya secular.
El asesinato del presidente de Haití, con la participación de sicarios de Colombia y Estados Unidos; el pedido desembozado del alcalde de Miami de intervención militar norteamericana en la República de Cuba, con el pretexto las manifestaciones opositoras que se realizan en la isla; y las revelaciones sobre la complicidad extranjera en Bolivia, tanto en referencia al golpe de estado que derrocó al presidente Morales como a la intentona de evitar la asunción del presidente Arce; o la inconcebible demora en la proclamación del presidente electo del Perú, Pedro Castillo, muestran que fuerzas oscuras se ciernen sobre nuestra América, con una intensidad sólo comparable al período en que las dictaduras tiñeron de luto al continente.
Cada uno de estos hechos muestra, con particularidades, la decisión de los poderosos de impedir que la dominación global sea contestada por la emergencia de otros bloques insumisos a sus dictados.
Ese poder de las élites es como un usurero frente al cual, cuanto más se cede, más se debe. Haití es el ejemplo paradigmático. La primera nación esclava independiente no es pobre por un designio racial, cultural o del destino. Es el efecto de la usura de la metrópoli francesa y la intervención posterior norteamericana que sostuvo la más atroz dictadura conocida en el siglo XX, la de los Duvalier y las posteriores intervenciones que evitaron cualquier ensayo incipiente de creación de poder popular. Quienes hablan de populismo deberían fijarse en el espejo de Haití.
Las manifestaciones en Cuba tienen como punto de partida un pico de afección de la pandemia que se agrava por el bloqueo norteamericano ilegal sobre los insumos sanitarios e inversiones.
No obstante ello, Cuba ha desarrollado una medicina preventiva y vacunas autóctonas cuya producción masiva alejaría el peligro de extensión de la pandemia. A todo esto, el porcentaje de enfermos en la isla es del 2,16%, porcentaje muy inferior al de la mayoría de las naciones.
La reproducción mediática de estas manifestaciones de sectores de la población no tiene relación con manifestaciones masivas como las de Colombia y el reconocimiento de la caza de ciudadanos pobres por parte de las Fuerzas Armadas de ese país (los “falsos positivos”) que no por azar figuran entre los implicados en el magnicidio de Haití.
Es indispensable la construcción de un poder regional en nuestra América al servicio de los pueblos, para que los derechos humanos sean una realidad para todos y todas. Y sólo rigen los derechos humanos cuando cada hombre y cada mujer tenga acceso a alimento, cobijo y cultura. Porque el verdadero y único nombre de los derechos humanos es el de la seguridad social.