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Hace unos días, el Papa Francisco pronunció un discurso en el aniversario de la liberación del campo de exterminio de Auschwitz, en el que afirmó que "recordar también significa tener cuidado porque estas cosas pueden volver a suceder, comenzando por propuestas ideológicas que quieren salvar a un pueblo y terminar destruyendo a otro pueblo y a la humanidad".
Resulta extraño que, aún hoy, la historia sea presa del eurocentrismo. El Holocausto sentó precedente en lo que al término “genocidio” se refiere, pero, juicios de Núremberg y Declaración de los Derechos Humanos de por medio, en este momento, mientras estas teclas se golpean, hay minorías étnicas, religiosas y diversidades sexuales que están siendo torturadas y asesinadas sistemáticamente en distintos rincones del mundo, y esas víctimas posmodernas no figuran en el discurso del Papa, ni en ningún otro.
Los ejemplos sobran, y falta cobertura. Un pequeño viaje a las entrañas del genocidio en el siglo XXI basta. El genocidio de la Alemania nazi fue una aberración, pero también hoy se cometen abusos de tal talla contra la humanidad, y la gente está mirando hacia otro lado.
Myanmar (más conocida por su antigua denominación, Birmania, cambiada hace ya más de 30 años), es un país ubicado en el sureste de Asia. Limita al norte con China, al este con Laos y Tailandia, al oeste con Bangladesh y al sur con el Golfo de Bengala. El grupo étnico rohinyá, minoría musulmana, ha sido víctima de una campaña de violencia indiscriminada por parte de los militares de Myanmar.
Los rohinyá han tenido que vivir “sin asistencia sanitaria, con impuestos elevados y trabajos forzosos, y con restricciones para el matrimonio, el acceso a la educación, los desplazamientos por el país y el trabajo, así como ejecuciones extraoficiales”, según la académica Raquel Jorge Ricart. Debido a las sistemáticas violaciones a sus derechos, esta minoría se ha visto obligada a emigrar a países vecinos, mayormente a Bangladesh, India y Tailandia.
El atropellamiento a los derechos humanos hacia los rohinyá ha sido justificado como una “limpieza étnica”, nadie se ha pronunciado contra esto, los militares quemaron pueblos enteros y abusaron sexualmente de las mujeres que allí vivían. Nunca se escuchó al Papa aludir a esto como un genocidio, o siquiera traerlo a colación en sus cortos discursos sobre el amor, la memoria y la justicia.
China admite apoyar a Myanmar y seguir de cerca la situación, lo que delata la complicidad entre ambos países, que enfrentan acusaciones por someter a minorías musulmanas. El gigante asiático está en el ojo de la tormenta por sus campos de concentración, en los que albergan a gran cantidad de musulmanes uigures, y que el gobierno chino disfraza de “centros de educación vocacional”, cuyo supuesto fin es eliminar pensamientos extremistas.
Hubo una pequeña maniobra de marketing sobre las visitas de la ONU a los campos de reeducación china, pero poco y nada figuró en los medios y la situación se desarrolló con total hermetismo- ¿Prudencia o complicidad?
En el año 2007, se informaron ataques a la población Bantú de Somalia y del Valle del Juba desde el año de 1991, señalando que "Somalia es un raro caso en el cual actos genocidas son realizados por militares debido a la ausencia de una estructura de gobierno”.
En 2003, en Darfur, Sudán, comenzó una cruenta matanza, liderada por Omar Al Bashir-el “carnicero de Darfur”. Al Bashir respondió a la insurgencia de grupos rebeldes africanos bombardeando parte del territorio e imponiendo una campaña de "limpieza étnica”, que se cobró la vida de más de 300 mil personas, en un episodio cruento considerado el primer genocidio del siglo XXI. La justicia tardó casi veinte años en llegar, y el juicio político contra Al Bashir aún está en curso.
En Brasil, por cada policía asesinado, 89 civiles pierden la vida. Las muertes por gatillo fácil perpetradas por la policía brasileña aumentaron un 46% entre enero y junio de 2019, y aún faltan las cifras de 2020. Las fuerzas policiales del país son responsables de una especie de “limpieza étnica” que tiene como blanco a los negros y los más vulnerables económicamente. En resumen, ser negro y pobre se condena, no importa la conducta.
Sería interesante que la memoria no se limitara al eurocentrismo que la raza humana arrastra desde tiempos inmemorables, y que en cambio África, Sudamérica y Asia entraran en los conteos, que la vida valiera solo por el hecho de ser vida, y que el color de piel, el rincón del mundo en el que se vive, la religión que se profesa y la etnia no condenaran a morir en silencio, en la clandestinidad.
Quizás algún día la memoria de los africanos y africanas, los y las “sudacas” y los asiáticos y asiáticas valdrá lo mismo que los ciudadanos europeos. Tal vez, algún día, la iglesia hablará por y para todos, y no para los que le conviene. Ojalá alguna vez su Dios misericordioso mire a la humanidad sin distinción. Después de todo, a la hora de castigar somos todos hijos.
¿Quién tendrá misericordia de los niños, musulmanes, los africanos, homosexuales y las mujeres que esta noche llorarán las injusticias del mundo que les azotan la espalda y arden en las rodillas en que les obligan a arrastrarse?